Noventa y cuatro años ya. Como pasa el tiempo, pensó. Y sentada en el sofá del salón vio a su nieta, atenta a la tele. Le encantaba contemplarla: tan joven y radiante.
Le dijo que se acercara, y saco un espejo. Su piel, arrugada, todavía desvelaba su antigua belleza.
-¿Ves todas esas arrugas?-le pregunto- Pues no creas que son por la edad, son de reír sin parar.
Las dos sonrieron a la vez, y su nieta, en silencio, descubrió lo feliz que había vivido su abuela toda la vida.
-Voy por galletas y leche, abuela- dijo.
Y pego un salto desde el sofá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario